- Sólo quiero saber si estás enfadado
No quería mirarla. ¿Qué debía contestar? ¿estaba de verdad enfadado? No, no lo estaba. Tras pasarme los dedos por los desordenados mechones del pelo que se revolvían furiosos, me giré hacia ella. Sus ojos verdes se encontraron con los míos. La suya era una mirada que no sabría como interpretar: anhelante, pensativa, suplicante... pero a la vez brillaba en ella una determinación que no había visto en ninguna chica.
- No estoy enfadado -me apresuré a contestar -sólo que no quiero seguir con esto, sal de mi casa - quizá había sido demasiado borde.
- ¿Por qué?
¿Que por qué? Eso digo yo, ¿por qué? no esperaba que ella me preguntara eso.
- Porque ésto no nos lleva a ninguna parte, desaparece de mi vista, Mandy.
Me giré, dispuesto a cerrar la puerta delante de ella pero sentí su tacto. Sus dedos se habían cerrado entorno a mi muñeca, de forma suave, podía sentir su calidez (y si mi imaginación no me jugaba una mala pasada, puede que incluso sentía un hormigueo que se filtraba desde la yema de sus dedos, hacia mi muñeca, recorriendo mi brazo como una descarga eléctrica. La miré, cualquier chica ya habría llorado, pero ella no, Mandy nunca llora, y en cierto modo lo agradezco, no sé si podría verla llorar.
-Mandy... esto no es mi estilo, yo no soy así, no puedes cambiarme -respondí intentando deshacerme de su mano con suavidad, pero en lugar de eso, ella la agarró más fuerte y me colocó la otra mano en el pecho.
-Yo no quiero cambiarte, Jake. -diciendo ésto, se puso de puntillas y apretó sus labios contra los míos. Pensaba que debería apartarme y dejarla ir, al fin y al cabo, ella acabaría odiándome y me olvidaría, nos olvidaríamos, pero aún podía sentir su calidez en mi pecho y en lugar de apartarla, rodeé su cuerpo con mis brazos y la estreché, levantándola del suelo unos centímetros y besándola, quizá como nunca había hecho.